Transparencia y Seguridad de la información: Un desafío para los Estados Por Fernando Fuentes, Gerente de Investigación y Desarrollo de NeoSecure

   Fernando Fuentes, Gerente de Investigación y Desarrollo de NeoSecure 

Las elecciones peruanas han entrado en la recta final. Sin embargo, más allá de la promoción de nuevas propuestas políticas, uno de los temas que se ha instalado con fuerza es el creciente uso de nuevos sistemas tecnológicos y cómo los candidatos han tomado conciencia de su rol estratégico.

Pero no sólo eso. El debate generado por la progresiva implementación del voto electrónico y el uso de redes sociales para conseguir el voto ciudadano, plantea a su vez la necesidad de que las  instituciones estatales se preocupen no sólo de garantizar la seguridad para evitar fraudes como robos de información confidencial, sabotaje y espionaje político, sino que también velar por la transparencia en los procesos.

Difundir encuestas en redes sociales y otros recursos de la red nos recuerda que como sociedad hemos volcado todos nuestros esfuerzos en mejorar los sistemas informativos y redes de comunicación. Primero, fueron tediosos procesos de cálculo y contables, y luego un almacenamiento de datos casi compulsivo.

Durante unas cuantas décadas, hemos tratado de poner cada actividad de negocio, cada situación relacionada con la ciencia y la ingeniería en sistemas de información. En algún momento comenzamos a incorporar sistemas de comunicación, partiendo por el omnipresente correo electrónico. De esta forma, nuestras actividades personales comenzaron a situarse en el no-lugar o mundo virtual: comprar, ir al banco, jugar, ver una película, vitrinear.

En los últimos años hemos volcado nuestros espacios de socialización a la red, y este  movimiento está teniendo impactos que no dejan, ni dejarán por un buen tiempo, de sorprendernos. Ciertamente lo que está pasando en Medio Oriente, no se debe a que exista Internet o las redes sociales.

La capacidad de aceleración que estos sistemas han imprimido, ya sea por la posibilidad de crear opinión, de generar sensación de grupo o de entregar coordinación, es elemento clave en lo que vemos. De un momento a otro, el fenómeno se hizo relevante en el poder político, no sólo como un asunto interno, sino que extendiéndose a las relaciones internacionales.

Wikileaks fue un ejemplo claro de lo anterior, con un impacto difícil de medir, así como de proyectar. Tal episodio creó, cuando menos, incomodidad en las entidades de gobierno al difundir información clasificada, que podíamos o no, sospechar y que puede o no ser verdadera. Pero el caso fue más allá cuando al ser apresado Julián Assenge, algunos simpatizantes decidieron atacar a las principales marcas de tarjetas de crédito, con una denegación de servicio. Una molotov moderna.

Pero los mismos estados no han estado ajenos a esta realidad. El Stuxnet, un robot de red denominado botnet, que según indicó The New York Times habría sido desarrollado por Estados Unidos en conjunto con Israel para atacar el programa nuclear iraní, fue la primera muestra de lo que pueden ser las nuevas medidas en contra un estado considerado peligroso.

El espionaje vía troyanos (virus que residen en computadores) a que se vio sometido el ministerio de economía francés, aparentemente proveniente de China y en el contexto de las negociaciones arancelarias de este segundo país con el G20, nos hablan derechamente de la que la Guerra Tecnológica ha comenzado. Y los casos suman y siguen día a día.

De alguna manera estas afrentas entre enemigos es algo que ha existido siempre, claro que ha sido llevado a cabo de medios “análogos”. El activismo político, la conmoción social, el sabotaje y espionaje, se han actualizado por medios tecnológicos que siempre imprimen novedad al localizarse en el lugar donde están pasando las cosas: la red.